
El juguete que lo cambió todo
No voy a mentir - esta idea había estado en el fondo de mi mente por un tiempo. Ver a mi mujer perderse en un placer puro y abrumador... era algo que ansiaba. Así que un día fui a por ello. Pedí un juguete, pero no uno cualquiera, sino un consolador grueso, más grande que cualquier otro con el que hubiéramos jugado antes. Cuando lo vio, se rió... pero había una chispa en sus ojos.
La primera vez que lo usamos, fui yo quien lo sujetó mientras ella se colocaba encima. Soltó un gemido que nunca le había oído antes. Fue crudo, real. Se entregó por completo a la sensación, casi olvidando que yo estaba allí. Y sinceramente, no me importó, estaba hipnotizado.
Desde entonces, se ha convertido en nuestro pequeño ritual. Cuando cerramos la puerta del dormitorio, ella pregunta primero por él. La ayudo a prepararse, me ocupo de ella... y luego, me limito a mirar. Ella lo monta duro, como si fuera lo único que importa. Y cuando por fin está satisfecha, sonrojada y sin aliento, es cuando se vuelve hacia mí. Se sube encima de mí. Acaba conmigo.
Nunca imaginé que una fantasía así nos llevaría tan lejos, ni que ella acabaría deseándolo más que yo.